EL PRADO

Una pequeña abeja se posó suavemente en la punta rosada y fría de su nariz,
una dulce sonrisa brotó de su boca y la abeja voló con calma.

Quizás la llegó a confundir con la flor más bonita del prado, no sería de extrañar; puesto que era la más hermosa y radiante, entre todas las amapolas y tulipanes.

Su piel era rosada y brillante, en ella, su pequeña boca roja y aquellos enormes ojos primavera.

Cabello fantasía y recogido para dejar ver esa perfecta mandíbula, creada por los ángeles y depositada en aquella bonita joven.

Cantaba dulcemente a las perdices y ellas le devolvían la melodía, bebía de las puras aguas del río que acogía a preciosas criaturas acuáticas, y reía, tranquila y segura, rebosante de felicidad.

En aquel lugar de ensueño rodeado de paz y bondad ¡cuántos desearían estar!
Pero no más que un sueño fue, de una pobre niña que pedía calma y mientras miraba el prado en su bola de cristal, lloraba desconsolada.

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